Un viernes cualquiera, pero en calma

Viernes 11 de julio de 2025
Viernes de nuevo.
Se siente una satisfacción especial al llegar al último día laborable de la semana. A diferencia de la semana pasada, esta se sintió larga, aunque tranquila. He ido todos los días en bicicleta al trabajo, y ya no se siente como una carga; al contrario, se ha vuelto una de las partes más agradables del día.

Ayer por la tarde estuve unos minutos en los patios para darles a los perros su pastilla contra las garrapatas y la desparasitación. Siempre me llama la atención cómo perciben cualquier cambio en la rutina. Si algo les parece fuera de lugar, dudan.

Charly me vio comiendo cacahuates y aproveché el momento para engañarlo: le di uno, y después la pastilla. Se la comió sin dudar.
Duna, la metí a la casa y le di un pedazo de pan; luego, la pastilla. También la comió sin resistencia.
Bestia fue el más desconfiado. Sabía que algo no era normal: le ofrecí pan, pero detectó algo extraño, escupió la pastilla. Al final, fue necesario dársela a la fuerza, pero la tomó.
Porra llegó al patio donde la esperaba. Quería que entrara sola, pero Oso se coló con ella. Aun así, Porra no necesitó pan; le di la pastilla y la comió de inmediato.
Oso, como estaba en un patio que no es el suyo, se mantenía alerta. Podían entrar Charly o Bestia, y eso lo ponía tenso. No quiso comer nada. Se escondía entre las escaleras. Al final se fue a su propio patio, y ahí sí: le dejé el pan con la pastilla en su plato y no dejó ni las migas.

Darles su protección fue más sencillo de lo esperado. Es un gasto que puede parecer alto, pero nada comparado con el costo emocional y económico de tener un perro enfermo de rickettsia o con parásitos.

Aunque no tenía muchos pendientes por la tarde, me dormí tarde, cerca de las 11:10. Hacía calor, pero caí dormido rápido.

Hoy desperté a las 5:40 a. m., buena hora para disfrutar la calma que ofrece el amanecer. La mañana estaba fresca, como en días anteriores. Una neblina ligera hacía el paisaje más cautivador.

Preparé un café, me senté a revisar el celular y a pensar con claridad en lo que debía hacer durante el día: cosas del trabajo, planes personales. Todo se piensa mejor a esta hora, cuando el mundo aún no acelera.

El cuerpo resentía el esfuerzo de ayer: hice la ruta al trabajo a ritmo más intenso y se notaba un cansancio ligero, distinto al de otros días.

Tuve que apurarme. Al preparar el café, noté que el garrafón de agua estaba vacío. Esas pequeñas tareas que se postergan terminan generando más incomodidad. Tendría que ir a la tienda por uno, lo cual planeé hacer al salir por las tortillas.

Como es viernes, tocaba vestir ropa casual, jeans de preferencia. No es que lo sienta como un gran beneficio, pero marca la diferencia del día. A veces prefiero la ropa de vestir: es más ligera y permite usar pants encima para no ensuciarla con la calle.

Le di de comer a los perros —comieron rápido como siempre— y el desayuno ya estaba en proceso: sartén con poco aceite, fuego lento para solo freír espinacas y huevos.

Salí a pie por el garrafón y las tortillas. Tener un cuerpo fuerte es útil en esos momentos. Caminé con cuidado varios metros cargando el agua, evitando resbalar.

Serví el desayuno. Mi esposa me acompañó y pasamos unos minutos agradables. Luego hice los últimos preparativos: bici lista, luces encendidas, cadena limpia, aire correcto. Salí a las 8:05 a. m. No era el mejor horario, pero tampoco había prisa.

En estos días calurosos me gusta salir con manga corta. Sentir el aire en los brazos es tranquilizante. No hubo necesidad de acelerar, el tráfico estaba tranquilo, nada fuera de lo normal. Avancé con ritmo equilibrado y llegué al trabajo en 30 minutos. Tomé unos minutos para regular la temperatura corporal antes de caminar hacia la entrada.

Una vez más, satisfecho: llegar al trabajo así, en calma, se siente como si viniera de paseo. Nada que ver con la sensación de ir en auto, donde hay que pelear constantemente con otros automovilistas.

Un viernes cualquiera, pero en calma

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