Caminar sin urgencia

Publicado el 08 July 2025

Imagen de la narración
¿Qué tanto influye la costumbre? ¿La necesidad? ¿El simple acto de salir a recorrer sin meta?

Eso pensé mientras salía del comedor. Hacía días que no caminaba. Ayer lo dejé pasar: me quedé hablando con los del trabajo, como si esa charla pudiera llenar el espacio que deja el cuerpo quieto.

Hoy comí solo. Y fue mejor. Sin reloj apretando, sin palabras que llenen el silencio. Terminé, me lavé los dientes, y mientras el agua corría, algo dentro dijo: “ve”. No era obligación, era impulso.

El sol pegaba fuerte, pero el viento se movía. Me puse sombrero, cubrí los brazos, cambié los zapatos. Salí.
Y como suele pasar, afuera no era tan grave. El cuerpo se adapta si no lo forzas. Caminé buscando sombra entre árboles y edificios, sin apuro. Era un ritmo lento, como escucharse. Como decir: “aquí estoy”.

Cada paso es una conversación interna. Si aprietas el paso, el cuerpo responde. Si fluyes, ahorra. Y en ese modo —modo ahorro, modo escucha— no hay desgaste, solo presencia.

Me detuve a la mitad, en un viejo edificio cubierto de árboles. El viento entraba por todos lados. Ahí, el mundo se sentía lejos.
Luego regresé por el bulevar, una ruta más corta. Ya no había sombra, pero tampoco prisa. Solo el recuerdo del aire moviéndose, de los pasos dados con conciencia.

Treinta minutos. No cambiaron el mundo, pero me cambiaron a mí.

A veces no se trata de llegar a ningún lado, sino de volver al cuerpo. Caminar. Respirar. Saber que estamos vivos.

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