El peso de la constancia

El día comenzó fresco. Por primera vez en meses dormí sin interrupciones. Al mirar el reloj eran las 6:10 a. m.; podría haber seguido durmiendo, pero valía la pena aprovechar la mañana. Aunque el smartwatch calificó mi descanso como “excelente”, no me sentía del todo recuperado. Aun así, me levanté como de costumbre. Al asomarme por la ventana, una neblina ligera cubría el lugar. El silencio era agradable. Esta vez, los perros estaban tranquilos; no hubo callejeros que los alteraran.
La tarde anterior, al volver del trabajo, adelanté las tareas de rutina: lavé y ajusté la bici, limpié la casa, cepillé el patio. Fue una tarde productiva, y eso se reflejaba en la calma con la que iniciaba el día.
Me preparé un café y, mientras despertaba del todo, revisé las estadísticas de sueño en la app. He puesto mucha atención a estos temas: me interesa entender cómo se relacionan la rutina, la salud y el descanso. Tener energía constante durante el día es el verdadero reto.
La mañana avanzó rápido. Tenía que alistarme para salir al trabajo. La bici ya estaba lista. Solo faltaba alimentar a los perros y preparar el desayuno. Hoy mi esposa estaría en casa, lo que volvía la mañana más alegre. Estar solo a veces le quita sentido hasta al desayuno.
Salí a las 8:00 a. m. Metí a Charly a la casa antes de irme; no me gusta verlo alterado cuando salgo. Sali con manga corta: el sol aún no pegaba fuerte, así que aprovecharía el viento en la piel. Pedaleé con buena intensidad. Incorporarme a la carretera se ha vuelto cada vez más tardado; el exceso de autos ya es parte del paisaje. La gente parece no poder moverse sin transporte propio.
Pero una vez dentro, sentí esa libertad: pedalear mientras el viento golpea con dulzura. Pronto gané velocidad. Cada kilómetro pasaba sin esfuerzo. Al llegar al semáforo de Ojo de Agua, incluso me pareció agradable ver la ciudad en movimiento desde la bici. Es relajante.
Cuando el semáforo cambió a verde, ya no paré hasta el Refugio. Promedié 26 km/h, buen ritmo considerando que no salí tan temprano. Crucé sin dificultad la zona de taxis, y desde ahí tomé el tramo final con intensidad controlada. En los últimos 2 kilómetros bajé el ritmo, pero mantuve buena velocidad. Llegué al trabajo en 29 minutos.
Fue un recorrido agradable: clima fresco, tráfico controlado, cuerpo respondiendo bien. La estrategia de mantenerme más tiempo en zona 2 empieza a dar frutos. El mismo trayecto, pero con menos energía gastada: solo 285 kcal en 30 minutos. Hace unos meses, esa cifra superaba las 450 kcal.
Seguimos aprendiendo a escuchar al cuerpo, a adaptarlo, a mantenernos en armonía… sin actuar por impulso, ni ceder al estrés.

El peso de la constancia

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