Pedalear mientras la ciudad duerme
Publicado el 06 July 2025
Último día del fin de semana. Empieza a sentirse esa nostalgia anticipada del lunes. Desde el jueves estuve en casa, no asistí a la oficina, y estos tres días hicieron que la vida se sintiera diferente. La rutina se rompe con estas pausas, y aunque se agradecen, a veces también hacen que se pierda el ritmo y la intensidad con la que venimos viviendo.
Ayer por la tarde hubo un festejo en la casa de enfrente. El descanso podría haberse visto comprometido, pero era sábado, así que no importaba tanto. Me han tocado fiestas entre semana, y ahí sí es un problema: el trabajo no espera y sin un descanso digno todo se complica.
A pesar del ruido, pude dormir bien. Me levanté a las 6:00 a. m. La fiesta seguía, pero la frescura de la mañana hacía tolerable cualquier sonido. Me preparé un café y revisé algunas cosas en la computadora mientras despertaba. Tenía cita con el dentista a las 9:00 a. m., pero el llamado de la bici ya se sentía. El cuerpo pedía sentir el viento, los primeros rayos del sol. Si lo pensaba mucho, el plan se desvanecía.
A las 6:15 decidí salir. Me alisté ligero: solo un bidón de agua, luces, y nada más. El sol ya comenzaba a asomar. Salí de la colonia con un calentamiento suave. Mientras avanzaba, me fui sintiendo cómodo. Aunque era temprano, el calor se dejaba sentir. Iba en manga corta y sin bloqueador, algo que me preocupaba. Ya he aprendido a evitar esas quemaduras innecesarias. Pero al acelerar, el viento refrescaba el cuerpo y todo se volvía disfrutable.
La ciudad aún dormía, y eso aumentaba la sensación de tranquilidad. El domingo, sin duda, es el mejor día para pedalear. La bajada hasta el puente de San Pedro fue placentera, a una velocidad media de 28 km/h. Viento fresco y una vista espectacular.
El plan era claro: subir hasta San Pedro. Una hora era ideal para estar de regreso antes de la cita. La subida empezó tranquila. Dejé que el cuerpo decidiera: cambio medio y buena cadencia. Los primeros kilómetros ya no me representan un reto, lo interesante está en los últimos dos. En ese tramo más inclinado, pedaleé de pie, manteniendo unos 10 km/h. No es mucho, pero para ese tipo de pendiente es buen ritmo.
Llegué en 38 minutos, tres más que mi mejor tiempo. Me detuve a tomar agua. Un tráiler descompuesto me obligó a parar en un punto distinto al habitual, pero igual se podía contemplar el paisaje. A lo lejos, los cerros solitarios. Algo que ya no se ve en Tijuana, donde todo está habitado. Este sitio aún guarda cierta paz. Es una forma eficiente de encontrar tranquilidad sin alejarse demasiado de casa.
La bajada fue rápida, sin viento en contra. Logré mantener 50 km/h. Después vino el tramo más tenso, compartiendo camino con autos, pero por suerte la máquina había limpiado parte del asfalto, y eso dio seguridad. Pasé por la gasolinera, subí hasta el entronque de Valle de las Palmas con buena intensidad. Eran las 7:50 a. m., llevaba 50 minutos de trayecto y decidí alargarlo. Fui hasta la gasera Silza.
Allí vi a un ciclista de ruta. No lo pude alcanzar, pero verlo fue reconfortante. Saber que hay otros como yo que prefieren vivir en carne viva, no detrás de un cristal. Su técnica y su bici lo hacían volar, pero no se trataba de competir, sino de coincidir.
Al final, 28 km en 1 hora 20 minutos, y aún con energía para más. Llegué a casa, desayuné y me preparé para ir al dentista. La salud bucal es algo que solemos descuidar, y cuando por fin le damos importancia, a veces es tarde. Conocimiento que, como tantas cosas, se aprende a la mala.
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