Ruta sin prisa, pero con filo

Publicado el 05 July 2025

Imagen de la narración
El fin de semana comenzó. Después de haber tomado el viernes como día de vacaciones, el sábado se sintió más movido en las calles. Es el día de las compras, del tráfico, del calor que en estos días se ha vuelto más intenso. Todo eso lo tomé en cuenta para planear mi salida en bici.

Pedalear se ha vuelto parte esencial de mi equilibrio. No siempre es fácil: si sales temprano, te puede dejar agotado el resto del día; si sales tarde, la oscuridad te alcanza y los riesgos aumentan. Y además, he notado que cuando pedaleas de noche, al cuerpo le cuesta relajarse y el sueño profundo no llega. Lo descubrí a lo largo de estos meses de ciclismo. El cuerpo cambia, pero no siempre de la misma manera. Hay muchos factores que influyen.

Así que sin pensarlo demasiado, me preparé y salí temprano. Quería una ruta menos intensa, y elegí el camino hacia el parque industrial El Florido. Empecé por la parte trasera de la colonia, donde el terreno es plano. Hoy, gracias al entrenamiento, mi cuerpo ya no registra esas distancias como esfuerzo. Solo las recorre. Y cuando eso sucede, la bici se vuelve disfrute puro.

Aumenté la velocidad y me incorporé a la carretera. El tráfico era tranquilo. Solo había que estar atento a los carros por detrás. Al llegar a la zona de Ojo de Agua, en la Ley Express, el movimiento era constante: tráilers entrando y saliendo, carros por todos lados.

Tomé la carretera federal rumbo a Tijuana, el camino de siempre cuando voy al trabajo. Ya lo conozco bien, así que no esperaba sorpresas. Pero hubo una. Justo antes de la gasolinera que está antes de Gas Silzo, intenté tomar el camellón, pero el acceso se complicó. Seguí por el costado de la carretera libre. Ese tramo no me gusta: no hay acotamiento. Pero el día estaba tranquilo, así que lo tomé. Todo iba bien, hasta que en una curva, ya bajando, un taxi me pasó a centímetros. Lo sentí tan cerca que me encogí. Tenía libre el carril izquierdo y aun así no fue amable. No entiendo esa forma de manejar. Pero esa escena me confirma que siempre es mejor tomar el camellón, por incómodo que sea.

Después del susto, el camino continuó sin problemas. Pasé por El Refugio, donde un chorro de agua residual salía de las alcantarillas. Tuve que cruzar con mucho cuidado. No todo es bello en la bici: a veces hay que lidiar con cosas así.

Subí por El Laurel. Esta vez decidí probar una ruta alterna hacia el bulevar Olivos, tomando la parte alta del cerro. Desde ahí, la vista fue hermosa. Luego vino la bajada, y con ella, un poco de aire para recuperar el aliento. Llegué a las vías y, como andaba en modo explorador, decidí cambiar de rumbo. Tomé un camino de terracería por los cerros, uno de los primeros que recorrí cuando apenas comenzaba. Ese camino siempre me dio seguridad para llegar al trabajo. Aunque tiene subidas, no hay autos, y eso da paz. Hoy lo tomé con fuerza, superando los 22 km/h, y sentí cómo el cuerpo respondía.

Llegué a las vías del Florido. A lo lejos vi la subida hacia la agencia Tecate y la Bodega Aurrera. Decidí tomarla. Era momento de probar mi energía. Costó, pero la subí sin detenerme. Desde ahí, bajé hacia Coca-Cola. Era el momento de hidratarme… pero al buscar mi bidón, noté que no lo traía. Se me había quedado en casa o lo perdí en el camino. No tenía mucha sed, así que continué.

Llegué hasta Coca-Cola, tomé el retorno y comencé el regreso. Mantuve el ritmo hasta Rojo Gómez. Esa zona está cambiando: se está convirtiendo en un parque industrial. Por un lado, eso trae más seguridad y orden. Eran las 8:40 a.m. y el sol ya empezaba a golpear. El plan era mantener la intensidad para volver antes de que apretara más.

Subí por El Niño, tomé las vías hacia Maclovio Rojas. Todo seguía en orden. Aún con fuerza, sostenía los 23 km/h. Me reincorporé a la carretera federal a Tecate, pasé de nuevo por Ojo de Agua, Ley Express, y en los últimos kilómetros —aunque eran en subida— aceleré. No quería perder la velocidad.

Llegué a casa con 29 km recorridos en 1 hora y 26 minutos, con 336 metros de elevación acumulada. Fue una ruta completa: con estrés, con subidas, con esa tranquilidad que aún se puede encontrar en ciertos rincones de la ciudad. Ojalá existieran lugares diseñados para andar en bici, pero mientras no los haya, seguimos pedaleando donde se puede.

Lo importante es que estos recorridos no son improvisados: se construyen con experiencia. Son kilómetros de leer el tráfico, escuchar al cuerpo, saber cuándo se puede y cuándo no. No es suerte. Es camino. Y seguimos aprendiendo.

Llegué a casa satisfecho, aún con energía para el resto del día. Preparé el desayuno. El cuerpo estaba despierto. Vivo. Listo para todo lo que viniera después.

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