Empolvada 2025

Publicado el 15 June 2025

Imagen de la narración

La preparación


El paseo La Empolvada ya estaba a un día de realizarse. Aunque todavía no tenía el pase en mano, desde semanas antes tenía la decisión tomada. No habría pretextos.
El sábado comencé con los últimos ajustes. Lavé la bici, la limpié a detalle, pero surgieron los problemas: el freno delantero no presionaba correctamente las balatas, y el trasero emitía un rechinido constante. No había margen para dejarlo así. Era necesario resolverlo antes del evento.
Por la tarde purgué el sistema hidráulico. Después de unos minutos, ambos frenos recuperaron la presión. Sin embargo, las balatas seguían sonando. No quise arriesgar; las reemplacé. Salí a rodar unos minutos por la colonia: la bici quedó lista.
Preparé la ropa, el casco, los guantes, la mochila de hidratación y todo lo necesario. La rutina de siempre, pero con el mismo respeto previo a cada salida.
El domingo desperté temprano. Preparé el desayuno, cargué la bici al carro, acomodé los accesorios. Aunque el plan era salir antes, terminé arrancando a las 7:10 am. Según el Maps, por la cuota llegaría a las 7:40; por la libre, a las 7:50. Diez minutos de diferencia. Lo suficiente para no ir apurado.
En carretera ya éramos varios. Una caravana silenciosa, todos rumbo al mismo destino. No había nubes; el sol estaba presente desde temprano. El calor sería inevitable. Así es esta ruta. Aceptarlo es parte de la jornada.
En la subida de Rancho La Puerta algunos ciclistas ya pedaleaban hacia el punto de partida. Buena condición física. Sabían lo que hacían. Al aproximarme a Tecate, los autos se multiplicaban, sumándose a la fila. Al entrar en la terracería, el polvo lo cubría todo. Apenas unos metros de visibilidad. Ya conocía ese tramo, no sorprendía.
Finalmente llegué. Aún había espacio para estacionarse. Elegí el sitio habitual, junto a la carretera, como en años anteriores. Saqué el equipo, revisé todo por última vez. A un lado, mi amigo Orlado Gastélum también se alistaba. Relajado, seguro. Sabía que estaría adelante en la tabla. Lo saludé. Seguí en lo mío. El nerviosismo típico comenzaba: ese momento donde uno repasa mentalmente si algo quedó pendiente.
Caminé hacia el área de registro. Aún debía comprar el pase. El ambiente ya estaba en movimiento: los élite en sus posiciones, otros ajustando sus bicicletas. No había mucho margen para detenerse a observar. Todo avanzaba.
Busqué el dinero… y no lo tenía conmigo. Un olvido que no podía darme el lujo de ignorar. Regresé al auto con rapidez. Ese contratiempo añadió tensión. Cuando volví, la fila para el pase ya era larga. Había perdido los minutos que me habrían permitido calmarme, observar el ambiente, respirar el momento previo.
Finalmente, ya con todo en orden, me coloqué en la fila de salida. Los élite ya habían arrancado. Me hubiera gustado verlos. Observarlos siempre deja enseñanza. Son referencia. Son el nivel que uno respeta.

La escalada


Ya estando listo en la línea de salida, comenzó el conteo. El gran grupo inició el recorrido. Cuando me tocó el turno, arranqué con cuidado; no había mucho espacio para salir con intensidad, la salida siempre es estrecha.
Apenas avanzando unos metros, la primera subida ya pedía algo de fuerza. Era la primera prueba y, al mismo tiempo, una pequeña muestra de lo que vendría más adelante. La vista desde ahí era imponente: un camino largo que se extendía hasta el fondo, donde los élite ya comenzaban el ascenso a la gran subida, el verdadero reto del evento.
Los primeros kilómetros se sintieron cómodos, pero era claro que esa primera subida marcaría el ritmo de los kilómetros siguientes. A mi lado, tres ebikes avanzaban tranquilos, disfrutando su propio paseo. Nosotros, en cambio, íbamos hacia el trabajo real.
La gran subida desplegaba su espectáculo: el bloque de ciclistas competitivos ya se formaba. Parar en medio de la pendiente no era opción. Nos aferrábamos al manubrio, manteniendo una cadencia constante, el equilibrio exacto para que la llanta trasera no patinara ni la rueda delantera se elevara. Aquí la velocidad deja de importar; subirla es el reto.
El sol golpeaba con fuerza. Me ajusté el buff hasta la nariz: mejor soportar el calor que terminar con la cara quemada.
Al coronar la primera gran subida, logré mirar hacia atrás: una larga fila de ciclistas comenzaba su ascenso. Aún había muchos por escalar.
Llegó un pequeño descanso en el terreno, lo justo para recuperar algo de aire. Seguía dentro del mismo grupo compacto. Ahora venía otra subida: menos inclinada que la primera, pero con piso suelto, piedras y tierra que exigían atención. Aproveché la bajada previa para ganar impulso y entrar mejor a la siguiente sección.
No quedaba más que seguir pedaleando con calma. Otro reto por delante.
Observaba a los compañeros concentrados. Nadie se bajaba. Cada uno mantenía su ritmo; yo me mantenía con ellos.
Mientras avanzábamos, el paisaje empezaba a abrirse. El cielo azul acompañaba; los cerros se veían ya más bajos. El aire comenzaba a circular. Finalmente, una última subida, no tan exigente, señalaba que estábamos arriba.

La cima



Ahora me encontraba entre los ciclistas competitivos. Ellos no se detienen a tomar fotos; su atención está fija en el camino. Mantener buena velocidad exige enfoque. La contemplación queda fuera; es el precio a pagar por estar ahí.
Mientras avanzábamos en lo alto, el terreno exigía precisión: curvas cerradas, pequeñas subidas que te cortaban el ritmo, suelo suelto, tramos técnicos. Así son las alturas en este recorrido.
Era ya mi tercer Empolvada, por lo que mi mente comenzaba a anticipar la gran bajada. Esa que siempre merece respeto. Algunos compañeros tomaron la delantera, yo seguía con moderación. Quería sentir en qué condiciones estaba, pero la respuesta llegaría pronto.
A unos metros delante de mí, dos ciclistas decidieron bajarla con intensidad. Fue impactante. El primero cayó; no alcancé a ver el momento exacto, pero ya estaba tendido en el suelo. El segundo, al notar el accidente, intentó frenar bruscamente con la rueda trasera. El exceso de velocidad lo hizo resbalar, dio tres vueltas antes de detenerse.
Al ver la escena no hubo duda: bajar caminando era lo correcto. Mientras descendía a pie, los compañeros empezaron a advertir al resto: la bajada estaba obstruida, no descendieran rápido.
Después del incidente continué el recorrido, con la mente aún repasando lo sucedido. Pude haber sido yo. Estábamos muy cerca, llevábamos casi la misma velocidad; el riesgo era compartido. Les tocó a ellos, pero la advertencia fue clara.
Aún quedaban varias bajadas, no tan intensas como la primera, pero con su grado de técnica. Frenar en medio de una bajada puede ser peligroso; es mejor entrar con control, aplicar ambos frenos de forma pareja y soltar cuando el terreno lo permite. Esa fue la estrategia que seguí, y funcionó.
Tras las bajadas, el terreno volvía a exigir. Pequeñas subidas limitaban el impulso, pero mantenía una intensidad constante, rodando a un promedio de 22 km/h. La estrategia planeada seguía funcionando.

Hacia Ejido Chulavista


El siguiente reto era alcanzar la mitad del recorrido: el Ejido Chulavista. Conocía el terreno, pero no de forma exacta; algunos puntos de referencia me ayudaban a ubicarme mientras avanzaba.
Primero había que llegar al siguiente punto de hidratación, que marcaba la separación entre el camino de ida y el de regreso. No me detuve. Llevaba suficiente agua en la mochila y preferí mantener el ritmo.
El trayecto tenía sus exigencias: pequeñas subidas, cortas pero incómodas, que rompían el paso. Atravesábamos zonas de grandes encinos, y por momentos uno se sentía afortunado de estar ahí, viviendo el recorrido.
Poco después apareció un río ancho. De esos que hacen dudar la forma de cruzarlo. Caminarlo no era buena opción: era profundo y terminaría empapando los zapatos. No quedaba más que cruzarlo montado. Se notaba que ya muchos habían pasado; el fondo no parecía suelto. Crucé. El agua cubrió la transmisión de la bici, pero sin mayores problemas.
Más adelante venían nuevas subidas cortas, pero constantes. Aún me sentía fuerte. Estaba por el minuto 40 de esfuerzo. Si lograba sostener el ritmo, podría terminar el recorrido en poco más de dos horas, siempre que mantuviera la estrategia.
A diferencia de mis Empolvadas anteriores, ahora lograba sostenerme dentro del grupo. Tampoco me rebasaban, lo que indicaba que la velocidad era estable.
El camino se alargaba entre encinos, casi plano por momentos, lo que permitía relajarse un poco. Un ciclista se acercó a mi lado. Nos saludamos, empezamos a charlar. Venía desde Sonora. Estaba encantado con el recorrido; allá, me decía, no tienen rutas con tanto desnivel, y esto era ideal para entrenar.
A lo lejos divisamos un grupo compacto de ciclistas. Bromeaba diciendo que ya casi alcanzábamos a los élite. Yo sabía que no era así. Los élite pronto aparecerían… y así fue.
Casi en el mismo punto donde los había visto en ediciones anteriores, ahí estaban: volando. Una velocidad impresionante. Emilio Azcona encabezaba el grupo, Orlando Gastélum a su lado. Llevaban una ventaja clara sobre el resto de los élite. Calculaba al menos 3 minutos sobre el siguiente bloque, y en ciclismo, dos minutos ya son mucho.
Mi compañero de Sonora comenzó a avanzar; era más fuerte. Yo ya empezaba a sentir el desgaste. El sol golpeaba con fuerza. No había parado en ningún punto de descanso, y mi velocidad comenzó a descender: de 22 bajé a 18 km/h.
Finalmente, alcanzamos el último punto de hidratación. Tampoco me detuve. El poblado de Chulavista nos daba la bienvenida. Se respiraba tranquilidad; poca actividad en sus calles.
Ahora sí, el cansancio se hacía presente. Avanzar por carretera, bajo el sol intenso, empezaba a afectar también en lo mental. El grupo al que había seguido durante varios kilómetros ya se alejaba. Yo comencé a bajar aún más el ritmo.

El regreso



Comenzaba el regreso. Sabía que no sería igual de intenso, lo cual me daba cierta seguridad mental. La primera parte, desde el Ejido Chulavista, transcurrió tranquila. Algunos ciclistas me rebasaron, pero yo ya no tenía la misma motivación. Me concentraba en mantener un ritmo constante, sin forzar.
Anticipaba una bajada complicada. Esta vez el camino tenía algo de asfalto mal colocado, fijo, pero irregular. Aun así, otro ciclista había caído y estaba recibiendo atención médica. Bajé con cautela y continué.
El camino de regreso se compartía con los que todavía iban de ida. Saludaba a los compañeros que seguían en su ruta, sabiendo que aún les quedaba buena parte del recorrido por delante.
Empecé a sentir algo extraño en la bicicleta. El agua del cruce y el polvo del camino habían hecho su trabajo: la cadena empezó a acumular suciedad, generando fricción. Cada pedalazo se sentía más pesado. Me incomodó. Si algo fallaba en esa zona, las complicaciones serían mayores. Reduje la exigencia. En ese tramo no llevaba compañeros cercanos, solo los que seguían de ida.
De nuevo apareció el río. Lo crucé con precaución, mientras dos ciclistas detrás de mí lo pasaban a toda velocidad, disfrutando como niños, sin preocupaciones.
Yo seguía concentrado en mi problema: los pedaleos no fluían. Decidí no realizar ningún esfuerzo innecesario, manteniendo un pedaleo controlado.
Llegué al último punto de hidratación. Esta vez sí paré. Tomé un vaso de agua y una naranja. Quedaba la recta final: dos subidas más como última prueba. Coloqué un cambio ligero y avancé tranquilo. A los lados, varios compañeros comenzaban a mostrar el desgaste acumulado; el cansancio ya estaba al límite.
Superamos la primera subida, la más demandante. Después, una bajada permitió recuperar algo antes de enfrentar la última pendiente. La superé sin forzar.
Llegó la gran bajada. Esta vez el terreno era más irregular: piedras sueltas, tierra dispareja, velocidad cercana a los 50 km/h. Me dio una advertencia en un tramo, así que reduje la velocidad de inmediato. No era momento de arriesgar.
Pensé que sería la última, pero aún quedaba una más: aquella que tanto trabajo costó subir en la ida. Ahora era bajada, pero tampoco segura. Nuevamente controlé la velocidad.
Finalmente, el terreno se niveló. Lo peor había quedado atrás. Unos minutos más y la meta apareció.
Llegué. Recordé aquel viejo Powerade que solía recibir en mis primeras Empolvadas, pero esta vez no estuvo presente. Una lástima que una empresa tan grande no tuviera presencia en este evento. Detalles menores que uno nota al final.


El final



Busqué algunas caras de amigos, aquellos con quienes hemos subido al Cuchumá, pero no estaban en ese momento. Las caras reconocidas de los élite sí estaban presentes, como siempre, manteniendo el nivel y la constancia que los caracteriza.
Era momento de regresar. Tenía que cumplir con el compromiso familiar: celebrar el Día del Padre, lo cual me impediría quedarme más tiempo en el evento.
Al salir, monté la bicicleta, y el problema que había venido sintiendo durante el regreso finalmente se presentó por completo. El desviador se atoró, se desplazó demasiado y golpeó contra el rin. Una falla mecánica que, aunque me permitió llegar a la meta, hizo más intenso el cierre de la jornada.
Tuve que desmontar la llanta. El desviador quedó completamente pegado. No era el momento de intentar repararlo. Solo quería estar en movimiento y emprender el regreso a casa.
Cargué la bicicleta y avancé. El recorrido había terminado.


Conclusión


Sin duda, estos paseos van dejando recuerdos que con el paso del tiempo se vuelven valiosos. El primer día uno siente lo intenso que fue, incluso duda si volvería a hacerlo. Pero con el tiempo, la nostalgia aparece, y aquello vivido adquiere su verdadero valor.
Esta Empolvada 2025 me dejó mucho. A pesar de haber entrenado bastante, siempre queda claro que una cosa es la resistencia y otra es la velocidad. Cada una exige lo suyo.
Pero, como siempre, lo más importante es el mismo hecho de haber estado ahí. Tener un cuerpo fuerte y sano que nos permite intentarlo, lograrlo, y seguir acumulando experiencias. Al final, estuvimos ahí. Y eso es lo que nos permite también motivar a otros a activarse, a cuidarse, a valorar la salud. Porque, por encima de todo, la salud es lo más valioso que tenemos.


Distancia total: 42.81 km
Desnivel positivo: 664 m
Tiempo en movimiento: 2hr 26Min
Calorías: 1,449 kcal
Velocidad media: 17.5 km/h

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