Viernes: cruzando el caos en dos ruedas

Publicado el 13 June 2025

La semana laboral había terminado. Cerré las aplicaciones, apagué el equipo y, como cada día, emprendí el camino hacia el estacionamiento junto a un compañero.
El sol seguía alto, golpeando con fuerza. Las calles estaban agitadas: autos avanzando a saltos, camiones cargando personal, taxis buscando pasaje. Los viernes siempre se siente ese tráfico denso, casi espeso.

Nos despedimos al llegar. Caminé directo hacia mi bicicleta. Seguía tal como la había dejado en la mañana. Revisé rápido la presión de las llantas, encendí las luces —siempre es mejor llevarlas activas, incluso de día, llaman la atención a distancia—.
Como de costumbre, no me cambié de ropa. Con la misma camisa y pantalón del trabajo, me coloqué el casco y el chaleco reflectante. Me abrieron la puerta sin demora.

El calor se mantenía firme, sin una pizca de viento. Al llegar al primer semáforo, la luz roja me obligó a detenerme. Aproveché el momento para contemplar el caos: autos detenidos en todas direcciones, gente ansiosa por moverse. En días así, la bici demuestra su ventaja.

Cuando cambió a verde, avancé. Los autobuses de Samsung ya comenzaban a salir, lentos, uno tras otro. Me ubiqué detrás de un automóvil; la velocidad baja permitía compartir sin problema la carretera.
Pero a medida que los autobuses se acumulaban, el desorden crecía. Decidí tomar una desviación y así evité el embotellamiento. El plan era simple: pedalear tranquilo. El clima no invitaba a acelerar más de lo necesario.

Pronto tomé ritmo, manteniendo los 25 km/h. Solo un detalle me inquietó: un tráiler, varios metros atrás, casi colisiona con un automóvil que giró en un retorno sin hacer alto.
Superado ese instante, encaré la subida al Laurel. Todo en orden. Esta vez no hubo perros persiguiendo. El calor me obligaba a dosificar el esfuerzo.

Desde la subida, la vista al bulevar 2000 dejaba ver el tráfico colapsado. Los viernes siempre son duros para moverse en coche.
En el Laurel el ambiente era otro. Aunque el sobre ruedas estaba activo, se sentía calma. Gente caminando entre los puestos, comprando, mientras yo avanzaba despacio, observando los artículos exhibidos.

Al llegar al Refugio, el caos reapareció: autos queriendo entrar, otros saliendo, y la carretera libre rumbo a Tecate completamente saturada. Calculé la mejor opción: incorporarme al camellón apenas cambiara el semáforo. Así lo hice. Desde ahí, el camino volvió a ser fluido. Solo quedaba pedalear, atento siempre a los movimientos impredecibles de algunos conductores.

Un auto venía de frente por el mismo camellón; el tráfico prolongado suele sacar el lado salvaje de la gente.
Pasada la gasolinera, el trayecto se volvió cómodo, plano. Mantuve una velocidad estable de 26 km/h. Esta vez no apareció el perro de Las Cariñosas; las chicas bailaban en las tarimas. Bajé un poco la velocidad al cruzar por la zona.

En Ojo de Agua, como ya es costumbre, me detuve por unos tacos. No había ganas de cocinar; era viernes, y había que disfrutarlo. Me atendieron rápido, seguí el trayecto.

El sol ya casi desaparecía. La brisa fresca de la tarde comenzaba a sentirse. Los últimos kilómetros los recorrí con buen ritmo. Llegué a casa en 38 minutos, tres más que el día anterior. Puede parecer poca diferencia, pero equivale a casi un kilómetro. A veces no vale la pena forzar por segundos; aunque para el cuerpo, esos pequeños sprints son valiosos en el entrenamiento.

Llegué feliz. Un viernes más, cruzando la ciudad sin estrés, fortaleciendo el cuerpo y manteniendo la mente limpia.

🗺 Ruta asociada

  • 📍 Nombre: Trabajo - Ruta de regreso
  • 📏 Distancia: 11.10 km
  • ⏱ Tiempo estimado: 36 min
  • 🔥 Calorías estimadas: 320 kcal
  • ⭐ Dificultad: 3 / 5
  • ⚠️ Peligrosidad: Media
  • ⬆️ Altimetría: Subida progresiva (139 m positivos)
  • 💓 Zona cardíaca: Z3/Z4/Z5
  • 🌀 Fluidez: Alta

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