Domingo 08 de junio de 2025
Publicado el 08 June 2025
Al despertar el sábado, el malestar se había intensificado. No era grave, pero sí extraño: un resfriado leve, algo de mareo y estornudos. Preparé café como siempre, pero no me sentía con energía. Decidí descartar la vuelta en bici matutina. Mientras tomaba el café, revisaba algunos cambios que quería hacer en mi página web.
El clima era fresco, nublado. Pensé que podría salir en cualquier momento del día si mejoraba, sin preocuparme por el sol intenso de los días anteriores. Pero mientras avanzaba la mañana, el malestar aumentó. Estaba frente a la computadora y comencé a sentirme más mareado. Decidí recostarme un poco… dormí casi cuatro horas. Me desperté cerca de las 3 p. m., con hambre. Era hora de comer.
Esta vez no usé la bici. Saqué el carro de mi esposa y salí por unas hamburguesas. Charly, fiel como siempre, no quiso quedarse, así que lo llevé conmigo. El tráfico estaba tranquilo para ser sábado. Hice el pedido y regresamos a casa. Comi con mi esposa. Unas horas después, teníamos que ir a Tecate por unos pendientes. Ya es casi rutina: salir por la tarde, recorrer tiendas, caminar sin prisa. El ambiente allá es más relajado, se puede disfrutar más el simple hecho de estar.
Hicimos las compras y paseamos un poco. El malestar seguía, pero era soportable. En mi mente aún rondaba la vuelta en bici que no había hecho. Llevaba un récord de 80 días consecutivos con actividad física: al menos 90 minutos, 500 kcal quemadas y 6000 pasos. Me preguntaba: ¿para quién son esos retos? ¿Para mí o para las apps que parecen dictarnos la vida? Me seguía haciendo esa pregunta.
Antes de regresar a casa compramos pan. El clima seguía fresco, nublado. Una sensación nostálgica me invitaba a disfrutar un café con pan. Regresamos felices, cerca de las 8 p. m. La idea de salir aún estaba en mi cabeza. Solo eran 30 minutos de pedaleo… pero al final ganó la razón. Me quedé en casa. El récord se había roto.
El domingo fue distinto. Teníamos una cita al dentista. Mi esposa y yo estamos tratando unas resinas que necesitan cambio. Desayunamos temprano y salimos. La cita era a las 9 a. m. Ella pasó primero. La atendería una dentista joven, amable. Mientras tanto, aproveché para ir a llenar un tanque de gas y comprar unas mangueras para reparar una fuga en el baño del segundo piso.
Volví al consultorio en la plaza Nueva del Refugio. Ella ya había terminado. Me tocaba a mí. Dudé. Los estornudos aún aparecían y no quería complicar el trabajo de la dentista, pero al final todo salió bien. Soporté la sesión sin problema.
Regresamos a casa. Hice algunos pendientes y dormí un poco más. Ya cerca de las 2 p. m., desperté con hambre. Salí a buscar un pollo asado, pero no había. Así que decidí cocinar. Preparé algo sencillo, pero agradable.
El tiempo pasaba rápido. La idea de salir en bici volvía a mi mente. ¿Lo harías o no? No estaba al 100 %, pero algo en mí pedía sentir el aire, ver los alrededores. Necesitaba salir.
Así que me preparé y salí rumbo a San Pedro.
No pensaba hacer una ruta larga. Solo 30 minutos, plano. Pero el cuerpo tiene memoria. Al primer tramo, la intensidad subió sola. Tomé la subida larga por la carretera libre a Tecate a 15 km/h. Me sentía bien. El cuerpo respondía. Los síntomas del resfriado habían quedado atrás por un momento.
Decidí seguir hasta San Pedro. Sin plan de romper récords. Solo quería sentir el viento, ver el sol escondiéndose. La tranquilidad del entorno me invitaba a contemplar: los cerros, un avión que pasaba, el silencio. Pedaleaba de pie, lento, sin forzar. Ya sabía que me acercaba cuando pasé junto al auto quemado, mi punto de referencia. Un hombre corría en sentido contrario. También se ejercitaba.
Llegué a lo alto en 40 minutos. Tiempo normal, sin apuros. Bebí agua y seguí contemplando. El cerro Cuchumá se veía imponente. Los cerros a su alrededor tenían un tono azulado y melancólico. Los días de descanso se estaban agotando, y esta era la mejor forma de cerrar la semana.
Emprendí el regreso. El frío golpeó fuerte. La bajada fue rápida, pero el viento lo complicó. Sentía el aire como cuchillas atravesando la ropa. Mi velocidad promedio fue de 35 km/h, lejos de los 55 km/h que suelo alcanzar sin viento en contra.
Me incorporé a la carretera libre hacia Tijuana. Solo restaban 5 km. En el camino, un desfile de vehículos: muchas cuatrimotos, gente regresando del monte. En los últimos tramos, la oscuridad cayó. Encendí mi lámpara al máximo y aceleré. Crucé con cuidado hacia mi colonia. El tráfico era pesado. Mucha gente regresaba de Tecate. Todos buscando una salida, un escape.
Llegué a casa con energía. Vencí los malestares. Cumplí con la salida. Cerré el fin de semana como debía: pedaleando.
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