Paseo Rural 2024

Publicado el 26 May 2024

Se celebraría otro paseo. La curiosidad por conocer nuevos lugares de la región me motivaba a realizarlo. Esta vez, la ruta sería desde el municipio del Porvenir, en el Valle de Guadalupe, hasta la playa La Misión, en Rosarito.
Era un domingo se pronosticaba clima caluroso.

Mi bicicleta rodada 29 llevaba varios días sin usarse. La tenía guardada en un rancho en Tecate, así que el sábado anterior al evento fui por ella. Estaba empolvada, necesitaba limpieza y lubricación.
Esa misma tarde preparé todo. El plan era viajar en auto por una hora hacia el punto de salida en el Valle de Guadalupe.

Me levanté temprano, pero no medí bien los tiempos. Ya se me había hecho tarde.
No conocía con exactitud el lugar de arranque, así que manejé despacio hasta ubicarlo. Estaba cerca de la estación de bomberos del valle. Cuando llegué, los ciclistas ya estaban formados, listos para arrancar, y yo apenas estacionando el auto.
Antes de bajarme, escuché que ya estaban iniciando. No tenía idea de cómo sería la ruta.

Bajé la bici apresurado, tomé lo esencial y comencé. Al dar vuelta en la manzana, vi el polvo en el aire: el grupo ya iba adelante.
Me lancé siguiendo las marcas en la carretera, con un retraso de unos ocho minutos.

El clima era fuerte, pero mis gafas de sol daban cierta comodidad visual.
Pedaleé por un camino plano entre olivares y viñedos. Al terminar el pavimento, comenzó la terracería.
Unos dos kilómetros antes de las primeras subidas, alcancé a los ciclistas más rezagados. Ya se les notaba el cansancio, y apenas era el inicio.

Me sentí fuerte y subí con buena cadencia, dejando atrás a varios. En la cima, se abría una bajada larga. Me preparé mentalmente.
El terreno estaba lleno de hoyos, la bici vibraba violentamente, hasta que se zafó la cadena.

Ahí comenzó el problema.
En plena bajada, la cadena se enredó. No me detuve hasta sentir que se había atorado por completo. Me orillé con cuidado; muchos ciclistas bajaban a gran velocidad y detenerse era riesgoso.
Logré desenrollarla y colocarla de nuevo en los platos, pero ya se había torcido. Al pedalear, la cadena se saltaba de estrella, sobre todo cuando hacía fuerza.
Era apenas el inicio del recorrido, y ya tenía un serio problema mecánico.

Por suerte, el terreno no exigía mucho en ese momento. Continué pedaleando con moderación, tratando de mantener la calma.
Llegamos a San José de la Zorra. Había puntos de hidratación, pero decidí no parar. Comenzó un ascenso y la bici seguía dando problemas.
Cruzamos un río relativamente profundo; me bajé y levanté la bici para evitar mojar la transmisión. Otros ciclistas se divertían atravesándolo, pero yo ya tenía suficiente.

Al llegar al siguiente punto de hidratación, pedí herramientas. Ni los compañeros ni el carro de apoyo traían.
Un ciclista se ofreció a ayudarme. Con experiencia, logró desdoblar la cadena usando la estrella frontal como apoyo. Aunque no quedó perfecta, al menos ya podía continuar.
Sin embargo, algunos eslabones seguían dañados, lo que mantenía los cambios inestables.

La siguiente subida era muy empinada. La bici sonaba como matraca. Tuve que bajarme y caminar. Era más cansado, pero necesario para no forzar más la transmisión.
Varios ciclistas también sufrían daños mecánicos. Nadie llevaba herramienta suficiente.

Después de varios kilómetros, alcanzamos la parte más alta, cerca de La Misión.
Se venía un descenso largo, con muchas piedras sueltas. Me preparé. Bajé con cuidado: el terreno flojo lo hacía peligroso.

En medio de la bajada, una chica estaba detenida con problemas mecánicos. Quise frenar, pero la velocidad era tal que detenerme habría sido arriesgado.
Ya casi llegábamos. Plantíos de hortalizas decoraban el paisaje. Cruzamos por debajo del puente de la carretera federal a Ensenada.
De pronto, todo cambió: el terreno seco dio paso a una zona verde, con juncos y vegetación acuática por todos lados.
Gente haciendo hiking compartía el camino. Una laguna con patos formaba una postal perfecta.

Finalmente, llegamos a la meta. Las medallas se entregaban en la playa.
Muchos ciclistas descansaban y disfrutaban del lugar. Yo no permanecí mucho. Tenía un plan distinto: regresar en bici al punto de partida, en El Porvenir.

El regreso
Llegué a la laguna. Saqué mi lonche y lo comí con calma. Aún quedaban 43 km y el reto era regresar por carretera, solo.

Eran cerca de las 12 p. m. Comencé el regreso. La subida del Tigre me recibió de inmediato. A pesar del esfuerzo previo, me sentía con energía.
La subí con intensidad, pero me preocupaban las curvas peligrosas: los autos podrían no verme.
Prestaba mucha atención a los sonidos. Si escuchaba un auto, me orillaba al máximo. Si no, lanzaba sprints para pasar las zonas críticas lo más rápido posible.

Logré superarla. Aún quedaban más subidas.
La bici seguía con detalles, pero no eran impedimento. Los autos pasaban con respeto.
Aunque conocía ese camino en auto, en bici se sentía distinto. Las subidas jugaban con mi mente: creía haber llegado al final, pero siempre venía otra más.

Llegué a una pequeña tienda, compré agua y descansé brevemente.
Después, tomé la desviación al Valle de Guadalupe. Ya no había subidas largas, pero el cansancio comenzaba a pesar.
El terreno era plano, pero mi velocidad bajó mucho.

Con esfuerzo y perseverancia, pasé frente a todas las casas vinícolas. Cuando llegara a "El Cielo", sabría que estaba cerca.
El sol caía con fuerza. No noté en qué momento pasé por "El Cielo", pero las señales de que la meta estaba próxima se sentían.

Finalmente, llegué.
Mi auto, que horas antes estaba rodeado de vehículos, ahora estaba solo.
Guardé la bici, con sed y hambre intensas. Compré una cubeta de naranjas. Fueron las mejores que he comido.

Era domingo, cerca de las 2 p. m., y aún me esperaba una hora más de manejo hacia casa.
Sin duda, un paseo con lo suyo: esfuerzo, paisaje, problemas técnicos y satisfacción.
86 kilómetros que me dejaron pensando durante semanas en la aventura vivida.

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