Ciclopaseo de la Baja 2024

Publicado el 28 April 2024


El año había terminado. Ya no quedaban paseos… y hubo dos que no pude hacer: el Ciclopaseo de la Baja Tecate–Ensenada, por motivos de trabajo, y el Mixroad 2023, que simplemente no me llamó la atención.
Comenzaron los días lluviosos, y los recorridos disminuyeron durante el fin de año y el inicio del 2024.

En abril apareció la convocatoria del próximo Ciclopaseo de la Baja: 86 km de pavimento, desde Tecate rumbo a Ensenada.
Había comprado una bici de ruta, pero apenas la había usado un par de veces.
Es diferente. Las bicicletas de ruta tienen marchas más largas, más velocidad… pero también requieren más fuerza. La mía traía una transmisión 3x7.
El 28 de abril sería el día.

Preparé todo un día antes. Ajusté los cambios, revisé la bici por la tarde.
Al día siguiente me levanté temprano, ya listo, y partí rumbo a Tecate. Una vez más, iba tarde, así que aceleré un poco más de lo normal.

En cuanto entré a la ciudad, vi a lo lejos el evento: la calle principal ya estaba cerrada y había muchísimos ciclistas listos para salir.
Llevaba al menos 8 minutos de retraso.
Dejé el carro en un callejón, alisté la bici… y a los pocos metros me di cuenta de que había olvidado los lentes.
Sumaba más minutos perdidos.

A lo lejos escuché la salida de los élite. Después, la salida del grupo paseo… y yo seguía fuera.
En cuanto llegué a la carretera principal, alcancé a ver al pelotón a lo lejos. No sabía si lograría acercarme, pero un grupo de ciclistas iba en la misma situación que yo, así que los seguí.
Logramos alcanzar al grupo unos 3 km adelante, cerca del parque Los Encinos.

La ruta había cambiado. Ahora se desviaban por la carretera de la cervecería Tecate. Antes era más directo.
Si hubiera sabido eso, lo habría alcanzado con más calma.

Mis pulsaciones iban aceleradas, pero no por el esfuerzo… sino por la presión del retraso.
No estaba acostumbrado a llantas tan delgadas y sin suspensión. Cualquier desperfecto del pavimento se sentía como un golpe seco.

En la primera subida no me sentí fuerte. Tal vez era la bici… no lo sé.
Mi velocidad no era la esperada. Me había sentido más ágil con mi bici de montaña rodada 26 que con esta de ruta.
Alcanzaba ciclistas, pero muchos también me dejaban atrás. Eso no me había pasado antes.

El clima era fresco, aún eran las 9:00 a.m., y quedaba mucho camino. Subíamos rumbo a Cerro Azul.
La vista era magnífica: viñedos, árboles, el olor de la mañana. Todo eso hacía más llevadero el esfuerzo.

Vinieron más subidas. No era mi mejor versión, pero las crucé.
Antes del descenso hacia Valle de las Palmas, vi a varios ciclistas que claramente traían nivel. Cuerpos fuertes, postura firme…
Uno de ellos vestía como el Chavo del 8. No aparentaba fuerza, pero sí ritmo. Sorprendente.

El descenso fue largo. Lo tomé con calma; la bici no me daba plena confianza. El viento soplaba en todas direcciones.
No superé mi mejor marca en ese segmento.

En Valle de las Palmas me detuve a tomar agua en un punto de hidratación. El sillín me estaba dando problemas: se había bajado y no traía herramienta para ajustarlo.
Eso marcó la diferencia. Un sillín bajo significa pérdida de potencia y dolor en la espalda.

La gran subida antes de llegar al Testerazo la tomé con calma. Vi a varios compañeros sufrir, pero yo mantuve paso firme y la subí sin bajarme.
En la bajada, como siempre, perdí ventaja. Muchos me alcanzaron.
El resto del camino no lo conocía bien, pero recordaba Vallecitos del paseo del año anterior. Sabía que aún faltaba mucho.

Tras más de 45 km, el cuerpo empezó a resentirlo. Ya no tenía potencia, solo impulso.
Pasamos por Vallecitos, luego por subidas que ya costaban más.
Iba prácticamente solo. A veces veía al “Chavo del 8” y a una muchacha descansando bajo un encino. Luego me alcanzaban, pero yo no paraba.
Mi ritmo era lento, pero constante.

El viento en contra comenzó a golpear con fuerza, drenando energía.
Llegué al Valle de Guadalupe, tomé agua. Pensé que ya estaba todo ganado… pero aún faltaba.
Pasé por los viveros, luego el Museo del Vino. Ya agotado. Llevaba más de 3 horas pedaleando, y faltaba una más.
El camino no era inclinado, pero el viento lo volvía eterno.

Empecé a desmotivarme. Me pregunté: ¿para qué estoy aquí? No era necesario. Pero seguí.

Después de un rato alcancé a más ciclistas. Sus rostros mostraban el mismo desgaste que el mío, pero todos continuamos.

La meta ya estaba cerca. Llegué. La fiesta ya llevaba rato; los élite habían llegado en 2 horas con 15 minutos.
Yo tardé 4 horas y 30 minutos.

Sin duda fue un paseo que me dejó pensando.

La bici de montaña y la de ruta son dos disciplinas distintas, aunque ambas usen pedales.
En una dominas el terreno: subidas, bajadas, tierra suelta.
En la otra, enfrentas distancias largas, pedaleo constante, fuerza continua en las piernas durante horas.

Tomé mi medalla.
Y me fui.

No fue de ida y vuelta…
Pero esos 86 km los sentí como 200.

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