Subida al Cerro Cuchumá

Publicado el 26 August 2023

Imagen de la narración
A solo cuatro meses de haber iniciado en el ciclismo, me invitaron desde un taller de bicicletas en Tecate a participar en un paseo corto por el Día del Bombero. La ruta sería de Tecate a Valle de las Palmas, pero la fecha se movió y ahora debía estar atento a los anuncios en Facebook.

Fue así como entré al grupo "Tecate en Bici", y un día apareció una invitación distinta: subir el cerro Cuchumá. Me advirtieron que la cima estaba del lado estadounidense, así que era necesario tener visa. Me dijeron que era una ruta divertida, y aunque estuve dudando una semana entera, al final decidí intentarlo. Era el 26 de agosto de 2023.

No tenía mucha experiencia en escaladas. Mi recorrido más largo hasta entonces había sido de 23 km. Aun así, ese sábado por la tarde, con nervios pero motivado, preparé mi bici rodada 29, mis cosas y partí hacia Tecate. Llegué justo de tiempo, sin margen para relajarme. Fui directo al parque central, donde ya estaban todos reunidos.

Era la primera vez que veía tantos ciclistas juntos. Me impresionó lo llamativos que eran: adultos en su mayoría, bien equipados, y con bicicletas de gama alta. Solo había otro joven como yo. Cuando me acerqué, supieron de inmediato que me uniría y me hicieron un espacio en la foto grupal. A los pocos segundos, en mi torpeza, golpeé sin querer la bici del líder y lo hice caer. Fue vergonzoso, pero lo tomaron con calma.

Tras las fotos, nos dirigimos a la frontera. Cruzamos la entrada peatonal de la garita, donde hubo que levantar la bicicleta sobre una rueda para pasar el torniquete. Una maniobra más que superé con esfuerzo. Ya del otro lado, el grupo se reagrupó.

La tarde era fresca, con el sol aún presente pero comenzando a esconderse. Desde ahí, el cerro se veía imponente a lo lejos. La mayoría tenía buena técnica y bicis costosas. Solo dos éramos novatos: un chico de Cerro Azul y yo. El líder nos dijo: "Ustedes dos, no se me separen".

Comenzamos. Los primeros kilómetros eran planos, con algunas subidas suaves. El ritmo era lento. Yo, con la adrenalina del principiante, quería sentir más acción. Sin pensarlo mucho, me adelanté apenas comenzó el ascenso. Ellos iban tan tranquilos que me parecía extraño. Esperaba que aceleraran… pero no lo hicieron.

Me fui adelante, sacando una ventaja de 15 minutos. Solo uno del grupo se tomó en serio la subida. Fue la primera vez que vi lo que era escalar con estrategia: cadencia alta, cambios ligeros, ritmo constante. Yo, en cambio, iba sin táctica, solo pedaleando con fuerza. En un momento me detuve a tomar agua, y ese ciclista me rebasó. Lo seguí de cerca por un rato, pero no pude mantener su paso.

El resto del grupo venía mucho más atrás. Subían relajados, sin prisa.

Casi llegando a la cima, después de una hora de ascenso, sentí que me daban calambres. Me dolía la espalda. Tuve que parar a estirar. Pero seguí. Alcancé la cima unos minutos después del primero. Lo logré. Mi primer objetivo superado.

Sentí que tenía buen nivel. Aunque más tarde entendí que no fue por técnica, sino por pura perseverancia.

Estuvimos unos 30 minutos arriba. La vista era impresionante: Tecate, Tijuana, el valle... todo a la vista desde el punto más alto. El otro novato llegó al final, acompañado por el líder. Se notaba que sí había sufrido.

Arriba, compartimos snacks. Me sentí cómodo entre ellos. Había buen ambiente.

El descenso fue otra historia. No se trataba de subir, sino de no caer. Había que tener máximo cuidado en las curvas. Mi bici no tenía buenos frenos, pero bajé con precaución. Fueron unos 20 minutos intensos, y luego, nuevamente a pedalear en plano hasta la garita.

Después, algunos del grupo nos reunimos en el parque para tomar algo y celebrar. Estuvimos unos 20 minutos ahí, riendo y recordando la aventura. Hice amigos. Sentí que pertenecía.

Ese día confirmé algo: el ciclismo me estaba regalando momentos únicos, retos superados y alegrías inesperadas.

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