Recorrido Cerro Bola

Ascenso al Cerro Bola 2025
Domingo, 13 de abril 2025
El domingo amaneció con una sensación extraña, como si fuera un día entre semana. A las 6:30 am
ya estaba de pie, decidido a aprovecharlo. Preparé el desayuno mientras alimentaba a los
perros. La idea era simple: recorrer unos 50 km en bicicleta, unas tres horas aproximadamente. Pero
había algo más... una sensación de que quería hacer algo diferente. No lo había planeado, pero
parecía que el día me estaba empujando a romper la rutina.
Salí en bici rumbo a San Pedro, como muchas veces antes. En la distancia vi a unos ciclistas y dudé
si eran conocidos. Al acercarme, noté que uno de ellos tenía problemas con la llanta delantera. Me
detuve a saludarlos y preguntar si necesitaban algo. Uno de ellos me comentó que los frenos se
habían bloqueado por falta de uso, así que estaba limpiando el sistema. Eran jóvenes, se veían
experimentados, así que seguí mi camino confiando en que pronto me alcanzarían.
Encabecé al grupo por un rato, pero en un momento miré hacia atrás y ya no los vi. Supuse que el
problema continuaba. Como me sentía bien y no quería romper el ritmo, decidí seguir. En ese
momento, la vista del Cerro Bola se alzó en el horizonte, como una señal. Recordé la vez que lo subí
un año atrás y cómo cada vez que pasaba por ahí pensaba en volver. Hoy parecía el día indicado.
Para llegar a la base del cerro aún debía recorrer unos 30 km. Iba cómodo, sin señales de fatiga,
manteniendo una velocidad promedio de 24 km/h. El clima era fresco, con algo de neblina, y la
bajada de San Pedro hacia la UABC refrescaba aún más. Aún me esperaban 12 km más antes de
llegar al Parque de Valle de las Palmas.
El paisaje agrícola y ganadero me hacía sentir afortunado, como si estuviera exactamente donde
debía estar. Llegando al parque, aproveché para hidratarme y comer unos snacks. Ya tenía claro el
rumbo: esta vez los estaba haciendo sin apoyo de un carro 22 km extras, lo cual me hacía dudar.
Tomé la carretera libre a Ensenada y salí hacia una zona más apartada del valle. La primera subida
me recibió con una inclinación fuerte y camino empedrado. Mucha técnica era necesaria para no
caer. Y apenas era una muestra de lo que venía.
El camino continuó con unos 8 km de piedra suelta, subidas cortas pero exigentes. Hubo una subida
que me dejo pensando no podía más, al ver que no estaba usando el plato chico me sentí aliviado.
Eran ya las 11:30 am, el sol pegaba con fuerza y no había rastro de nadie. Por momentos, la
desesperación se asomaba.
Finalmente llegué a la base del cerro. Busqué sombra para hidratarme y descansar. Pequeños
espacios entre las rocas me ofrecían refugio momentáneo. A lo lejos, las antenas marcaban la cima,
aún distante. El camino era más rudo de lo que recordaba. Probablemente las lluvias lo habían
dañado aún más.
Pedaleaba sobre grava suelta y zonas erosionadas. Tenía que trazar mi ruta mentalmente, metro a
metro. Por suerte, la calma del entorno ayudaba a mantenerme enfocado. Lagartijas corrían entre
las piedras, aves cantaban y el silencio humano era total.
La subida tenía forma de zigzag, construida para permitir el paso de vehículos de servicio. Grandes
ríos de grava cruzaban el camino, prueba de los esfuerzos por mantenerlo transitable. Cada metro
ganado era un pequeño triunfo. Ya en la parte final, el camino se alargó, señal de que me acercaba
a la cima. Recordé que hace un año, justo aquí, mi bici se había ponchado. Hoy todo marchaba
bien… aunque con 22 km más en las piernas, el cuerpo pedía una pausa.
Decidí caminar un poco para estirar espalda y piernas. Fue entonces que vi a cuatro personas
bajando del cerro. Se les notaba la satisfacción en el rostro. Nos saludamos, conversamos
brevemente, y prometimos vernos más adelante en el descenso.
La emoción por estar a punto de coronar me ganó. A las 12:46 pm llegué a la cima. Aunque había
señales de presencia humana —botellas, envolturas—, el lugar parecía deshabitado, como una
escena del fin del mundo. La vista era impresionante: montañas, lagos, ciudades a lo lejos. Me senté
a descansar sobre una plancha de cemento, la misma que usé un año atrás para reparar la bici.
Tomé agua, comí algo, tomé fotos.
Después de 30 minutos de contemplación, inicié el regreso. Ajusté el casco, revisé la presión de
llantas, y emprendí el descenso. Al viajar solo, no hay margen de error. La bajada fue lenta: piedras,
tierra suelta, curvas cerradas. En un momento, volví a encontrarme con el grupo de senderistas.
Esta vez decidí acompañarlos a pie. Fue una grata conversación. Eran adultos mayores, admirables
por su condición física y entusiasmo.
Los 6 km de bajada se sintieron breves. Una que otra resbalada nos mantenía atentos al camino,
pero llegamos sin incidentes. En la recta final, nos tomamos una selfie para el recuerdo. Eran ya las
14:42 pm, y aún me faltaban 30 km de camino.
Volví a montar la bici. El camino seguía pedregoso, así que lo tomé con calma. El agua ya se había
agotado, así que pasé por una tienda para rellenar la mochila de hidratación. El viento comenzó a
soplar fuerte, refrescando el cuerpo, pero dificultando el avance. Apenas podía mantener 13 km/h.
Para evitar la empinada subida hacia San Pedro desde la UABC, decidí tomar otro camino,
aparentemente menos inclinado. Pero no fue fácil: la tierra suelta y una pendiente pronunciada me
recordaron que no hay atajos en esta vida.
Llegando al poblado de San Pedro sentí el alivio de estar cerca de casa. La bajada hacia la carretera
libre a Tecate fue un respiro momentáneo. El último tramo, sin embargo, fue de subida, con el sol
aún fuerte pese a la hora. Aproveché para comprar algo de comida en un puesto local.
Finalmente llegué a casa. Sentí una mezcla de satisfacción y cansancio. Tal vez no fue el recorrido
mejor planeado, pero sin duda, fue una experiencia para recordar.

Recorrido Cerro Bola

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