Entre calma y velocidad

El día comenzó con un descanso excelente. Pude dormir sin interrupciones. Mi esposa iría al trabajo y se levantó más temprano de lo habitual; aunque podía dormir un poco más, terminé levantándome a las 05:30 a. m., como de costumbre. El ambiente era sereno, solo se escuchaban los perros ladrando cuando algún callejero pasaba cerca.

Mi esposa está saliendo de un resfriado; aún tiene algo de tos, pero ya se ve recuperada. Yo no me he enfermado, y espero seguir así. Apenas me levanté, me dio una buena noticia: apareció la llave de mi carro, extraviada desde hace un mes. Estaba en un mueble, sin llavero, solo la llave. No recuerdo exactamente qué pasó, pero intuyo que la separé para no cargarla: como salgo en bici al trabajo, no me hace falta y podría perderla. Ya tenía pensado llamar al cerrajero mañana para hacer una nueva llave y programarla —me costaría 2,300 pesos—, así que esta vez la suerte estuvo de mi lado.

Salí al patio para darle una sacudida al carro de mi esposa. Tenía que estacionarlo en reversa para que saliera con facilidad. Mientras tanto, Charly estaba feliz, con mucha energía; corría de un lado a otro y se aventaba al piso, buscando llamar la atención.

Pasaron algunos minutos y mi esposa salió rumbo a su trabajo. Charly ocupó su puesto de guardián y yo aproveché el tiempo para ordenar mi herramienta, la que había usado recientemente para cambiar la transmisión de mi bici.

La mañana pasó rápido. La calma que tanto disfruto en casa se iba terminando y era momento de iniciar la rutina: alimentar a los perros, limpiar los patios, preparar la ropa, desayunar y salir rumbo al trabajo.

Salí algo tarde, a las 08:07 a. m. Esta vez dejaría que el cuerpo marcara el ritmo, esperando que los semáforos me dieran paso sin detenerme demasiado.

El clima era fresco, con algunas nubes dispersas. Habían pronosticado lluvias por el paso de un huracán en el centro del país, pero aquí no se veía amenaza.
El recorrido fue fluido. Me detuve en los altos, pero pude mantener buena velocidad en los tramos libres. No hubo incidentes. Subí con intensidad las dos pendientes del camino; los autos no se mostraron agresivos. El último tramo me exigió un poco más para sostener una media de 30 km/h. Fue un recorrido veloz, pero controlado. No abusé de zonas cardíacas altas.

Llegué en 28 minutos, con una media de 23.5 km/h.
Seguimos escuchando al cuerpo: exigiéndole cuando está completo, cuidándolo cuando necesita reposo.

Esperé cinco minutos en el estacionamiento para bajar la temperatura corporal. Ya estaba listo para la jornada, esperando lo que el día tuviera preparado.

Entre calma y velocidad

🗺 Ruta asociada