El despertar de un instinto

Publicado el 07 May 2025

El día comenzó con un recuerdo que me sacudió antes del amanecer.
La imagen del pajarito que había protegido la noche anterior —aquel que aún no puede volar, aún en fase de desarrollo— me despertó con urgencia. Lo había alimentado y resguardado en una caja de zapatos, y lo primero que pensé al abrir los ojos fue en él.

Eran las 04:50 AM cuando me levanté a revisar si seguía con vida. Lo encontré inmóvil, como en hibernación, apenas respirando. Estaba de pie, muy quieto. Lo toqué con suavidad y se estiró. Sentí alivio. Seguía vivo. Un pequeño triunfo en esta tarea de cuidarlo.

Decidí sacarlo al patio para que tomara aire fresco. Tal vez, con algo de suerte, su madre acudiría a sus llamados. Lo dejé unos minutos. Después noté que ya no estaba en su caja. Me ilusioné pensando que quizá ya había volado… pero algo dentro de mí no lo creía del todo.

Busqué por todo el patio trasero. Nada. Limpié cada rincón con la esperanza de encontrarlo. Luego fui al patio frontal acompañado de Charly. Él no se mostró interesado —como siempre, este tipo de criaturas no despiertan su instinto— pero eso me dio paz. Si el pájaro hubiera pasado por ahí, Charly lo habría notado.

La idea de que ya estuviera volando me alegraba, pero otra parte de mí insistía en que aún seguía ahí, escondido.

Más tarde, mientras iniciaba mi rutina, escuché un pequeño chillido. Un llamado suave, constante. Salí de inmediato. Moví la casa de Charly... y ahí estaba. El pequeño. Había estado ahí todo el tiempo.

Lo tomé y lo puse de nuevo en su caja. Aún necesita cuidados. Y, sobre todo, necesita que su madre lo acepte.

Preparé una mezcla de yema cocida con agua. Al principio le costaba —tenía que alimentarlo con gotero, gota a gota— pero después de unos minutos empezó a abrir el pico por sí solo. Pedía comida. Fue una escena que me conmovió profundamente. Ver cómo los seres más indefensos también saben pedir atención.

Le di suficiente alimento para asegurar que recibiera proteínas, para fortalecerlo, para que su cuerpo pueda crecer y volar. Han sido dos días de mucho esfuerzo. Espero que pronto pueda soltarlo al mundo.

Después de esta experiencia inusual, el día siguió su curso. Revisé mis estadísticas de sueño: mejor que otros días, aunque no óptimo. El descanso fue continuo, y eso ayudó a contrarrestar las pocas horas.

Alimenté a mis perros, como siempre. Todos sanos, fuertes, lo cual me da una calma diaria.

Desayuné con mi esposa —un momento que valoro mucho. Es uno de los mejores del día.

El recorrido en bici ya no es una obligación, es una necesidad. Salí un poco tarde, a las 08:04 AM. No me apresuré. Empecé a rodar suave y, poco a poco, subí la intensidad. Era un buen día para darlo todo.

No arriesgué nada. Aunque el recorrido fue exigente, lo hice con atención plena, anticipando el movimiento de cada auto, pedaleando con conciencia.
La primera subida fue intensa. Las piernas lo sintieron. Pero no me detuve. Llegué al refugio sin pausas, salvo un cambio de carril desde el camellón hasta el carril lento, que estaba libre en ese momento.

La subida al Laurel fue un reto. Usé una bici distinta, con solo 10 velocidades frente a las 21 que suelo tener. A veces los cambios eran demasiado bruscos: o muy ligeros, o muy duros. Pedaleé de pie, aumentando la velocidad y buscando el equilibrio entre esfuerzo y rendimiento.

En la recta final ya eran las 08:30. El tiempo me había ganado, así que solo quería reducir el retraso. Pedaleé con intensidad, sin distracciones. Llegué a las 08:38 al trabajo, algo más agitado que de costumbre, pero feliz.
Feliz de estar vivo. De haber iniciado el día despierto… con el corazón en algo que importa.

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