Un cumpleaños sin planes… y con todo

Publicado el 24 July 2025

24 de julio de 2025
El día comenzó tranquilo. Saber que no iría al trabajo aumentaba esa sensación de paz. Aunque no me molesta trabajar, siempre es reconfortante sentir que una rutina se suspende por un momento.

La noche anterior había salido en bicicleta. Regresé a casa cerca de las 10 p. m., tras una ruta de 15 km por la zona. Me ganó la tarde, y aún tenía que preparar el lonche para el día siguiente. Terminé las actividades ya entrada la noche, y me dormí a las 11:30 p. m.

Me costó levantarme a las 5:50 a. m., pero lo hice para estar pendiente de que mi esposa saliera bien al trabajo. La mañana era fresca. Fue reconfortante sentirlo. Encendí su auto y lo dejé listo para que saliera sin contratiempos de la cochera.

No ir al trabajo abría un mundo de posibilidades. Tenía muchas actividades pendientes. Tomé este día por ser mi cumpleaños, y quería disfrutarlo a mi manera. Tal vez una ruta en bici o simplemente atender lo postergado.

Comencé limpiando el patio del frente. La mañana fresca ayudaba a sentir ese trabajo como un regalo. Los perros estaban todos juntos. Últimamente he llevado a Charly con Duna y La Bestia. Él ha estado ladrando mucho por las noches, los perros callejeros lo alteran. Así que mientras más lejos ladre, más oportunidad hay de dormir bien.

Primero llevé a Charly a su patio. Era momento de darles de comer. Hay que ir completando las tareas del día. Al salir al patio de Duna, vi que también había mucho que limpiar. El desorden se acumula si uno no lo atiende con constancia.

Empecé con esas labores, emocionado de estar en casa. Cuando se toma así, el trabajo se vuelve disfrute. Al terminar de alimentar a los perros, preparé el desayuno. Comer solo no es lo mismo, pero era necesario para tener energía.

Mi mamá vendría a casa, ese era el plan, aunque no sabía a qué hora. Mientras tanto, decidí limpiar mi carro. Llevaba meses sin moverse, cubierto de polvo. Era momento de dejarlo listo para usarse. El Oso estaba en ese patio, y al abrir la puerta tenía que asegurarme de que no saliera corriendo. Lo amarré, pero jalaba con fuerza. Sentía que en cualquier momento aparecería otro perro y habría pelea. Aún carga ciertos traumas.

Un carro obstruía mi salida. Complicó un poco el proceso.

Justo entonces llegó mi mamá. Entró, y yo seguí con lo que estaba haciendo. Logré sacar el carro y me puse a lavarlo. También noté que Porra tenía mucho pelo muerto. Era necesario cepillarla. No se deja bañar ni tocar a menos que ella quiera.

Después de lavar el carro, fue su turno. Empecé a cepillarla. A veces se dejaba, otras salía corriendo. Volvía después, como si fuera un juego. Pero el pelo volaba por todas partes, así que no hubo más opción: tuve que mojarla. Se agotó. Al final, rendida, se dejó cepillar por completo.

En eso, mi mamá me dijo que había visita. Fui a ver, y era mi hermana. Se había puesto de acuerdo con ella para venir a casa, sin decirme, a comer y partir un pastel. Yo estaba todo sucio, lleno de pelo. No me dio tiempo de alistarme, pero no era necesario. La idea era convivir.

Llegó también mi cuñada. Comimos y charlamos de varios temas, entre ellos la inteligencia artificial. Les conté lo que he aprendido, les di algunas advertencias. Fue divertido.

Más tarde llegó mi hermano. Era momento de partir el pastel. No es algo que me emocione, no me genera mucha felicidad, pero tampoco me molesta. Detenerse un momento y pensar que ya pasó un año —con cosas agradables y otras difíciles— te hace valorar lo que tienes. Este tipo de eventos hacen especial la memoria.

El tiempo pasó rápido. Las visitas comenzaron a irse. Mi mamá fue la última. Arregló un poco la casa y se retiró. Todo fue inesperado, pero agradable.

Treinta minutos después llegó mi esposa, cerca de las 5 p. m. Venía cansada. Ya no había rastro de la reunión, salvo la comida que le habíamos guardado. Yo estaba en el sillón, descansando. Mi reloj marcaba 10,000 pasos, 190 minutos de actividad. La meta diaria de ejercicio, pero desde otro enfoque: desde lo útil, desde el trabajo en casa.

La acompañé mientras comía. Después charlamos un poco. A las 7:30 p. m. algo dentro de mí decía que debía salir en bici. Sentir el aire fresco de la tarde, ver cómo el sol se esconde en el horizonte… se vuelve adictivo.

Preparé mi bicicleta, me despedí y salí. La tarde se desvanecía. Avancé rumbo a San Pedro. La bici me daba problemas: los cambios no entraban. Por la mañana había limpiado el desviador, pensando que el problema estaba resuelto, pero no. El cambio se quedaba en el último, y tenía que moverlo manualmente.

La ruta fue lenta, pero agradable. La noche me alcanzó en lo alto, en San Pedro. Bajé sin problemas hasta la carretera libre a Tijuana. Los últimos kilómetros fueron complicados por el desviador, pero no fue crítico.

Finalmente llegué a casa a las 8:40 p. m. Satisfecho. Tranquilo. Sentí la calma del ambiente. Hubo tiempo para pensar y para no pensar nada. Para reflexionar y para simplemente estar. Aprecié ese equilibrio que he ido logrando: entre el trabajo, las rutinas y el cuerpo.

🗺 Ruta asociada

  • 📍 Nombre: San Pedro ida y vuelta
  • 📏 Distancia: 21.00 km
  • ⏱ Tiempo estimado: 85 min
  • 🔥 Calorías estimadas: 620 kcal
  • ⭐ Dificultad: 3 / 5
  • ⚠️ Peligrosidad: Baja
  • ⬆️ Altimetría: Subida constante hasta retorno, luego descenso
  • 💓 Zona cardíaca: Z2-Z3
  • 🌀 Fluidez: Alta

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